Viernes a la tarde, cena de shabat en Jerusalén. Unos veinte o treinta estudiantes judíos sentados a la mesa, algunos nacidos en Israel, otros inmigrantes llegados hace más o menos años, turistas que se encuentran de paso y un rabino de Estados Unidos, sheliaj (enviado) de Jabad Lubavitch. En las pausas entre la comida, las canciones de shabat y las bendiciones, suenan en simultáneo conversaciones en hebreo, inglés, ruso, francés y español. El rabino pide la palabra y comienza su "dvar torá" (como un sermón, pero más corto e informal), nos habla de qué es el pueblo judío. No le presto mucha atención, probablemente algún cuento con moraleja como de costumbre, quizás sobre el Rebe. Su hebreo balbuceante se me hace difícil de seguir, las francesas sentadas frente a mí son más llamativas. Para concluir el jabadnik pide a los presentes que expresen qué significa para cada uno el pueblo judío. Un israelí cuenta acerca de un encuentro fortuito e inesperado que tuvo con otros judíos en un paraje aislado de la India, ese sentimiento fraternal que te invade cuando te encuentras con uno de los tuyos allí dónde menos lo esperas. Mientras los demás comensales cuentan en ronda historias similares, mi turno se va acercando y yo revuelvo mi cabeza en busca de una respuesta adecuada. Llegado el momento enuncio el siguiente relato:
Érase una pequeña ciudad de unos veinte mil habitantes en el interior de un país sudamericano. En el centro de la ciudad la plaza, alrededor de la plaza el banco, la comisaría, la municipalidad y la iglesia, al igual que en otros incontables pueblos esparcidos a lo largo y ancho de aquel país. Pero a las afueras de esa población había algo que no se encuentra en las demás, un frigorífico industrial dedicado a la exportación de carne a todas partes del mundo. Desde hacía poco el frigorífico exportaba carne también a Israel. Para ello se habían establecido en la ciudad con o sin sus familias al menos diez shojtim, (matarifes encargados de matar al animal según la práctica judía para que la carne sea kasher), venidos en su mayoría de Israel, algunos de Estados Unidos y uno de Argentina. Los habitantes de la ciudad miraban con curiosidad a esos recién llegados, que sobresalían entre la multitud por sus vestimentas negras no muy a tono con el clima veraniego. Uno de ellos, joven y soltero, dejó embarazada a una trabajadora local del frigorífico y se escapó de vuelta a Israel, pero esa es otra historia.
Los viernes antes de shabat, algunos shojtim acostumbraban salir a caminar por el pueblo. En una ocasión a uno casi lo atropella un auto, estaba llegando a la plaza y cruzó la calle sin notar que el semáforo estaba en rojo. El auto frenó justo a tiempo, apenas a unos escasos centímetros del judío. Antes que éste alcanzara a reaccionar y dar gracias a Dios por haberse salvado, el conductor se bajó del auto, y visiblemente furioso por la imprudencia del peatón: comenzó a insultarlo en idish. Luego de descargarle toda la cuantiosa y colorida variedad de injurias que el idioma idish tiene para ofrecer, el desconocido volvió al auto y siguió su camino.
Eso es el pueblo judío, le digo al rabino, ese sentimiento de sorpresa que te invade cuando te encuentras con otro judío que te insulta en idish allí donde menos te lo esperas. Antes de que llegaran los shojtim – explico – ya había en el pueblo dos familias judías no religiosas, el conductor desconocido no era otro que mi querido padre.
Años más tarde le cuento ese mismo relato a un amigo que conocí en el ejército y me entero que es hijo del shojet argentino de la ciudad de mi padre, pero esa es otra historia.
Iom Hatzmaut Sameaj. Feliz Día de la Independencia. Si van a celebrarlo con el tradicional "al haesh" (asado), compren carne importada de Uruguay.
Imre Goth
Hace 2 años
Buena historia, me la imagino y no puedo evitar una sonrisa.
ResponderEliminarMuy bonito relato. Por alusiones, yo debo ser el hijo de aquel shojet argentino, que conociste en el ejército.
ResponderEliminarEs realmente curioso cómo los judíos tenemos la habilidad para encontarnos en los más remotos lugares (y luego reencontrarnos en Israel). El mundo (judío) es un pañuelo.
Recomiendo personalmente la carne del Frigorífico Las Piedras, de Canelones, que fácilmente se puede conseguir en Israel.
Eso es el pueblo judío, le digo al rabino, ese sentimiento de sorpresa que te invade cuando te encuentras con otro judío que te insulta en idish allí donde menos te lo esperas.
ResponderEliminarPuede que esté errado y si es así, corrígeme por favor, pero no hay en ti un cierto sentimiento de rencor hacia otros judíos?
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Renton: por algo puse la etiqueta humor, me esperaba que alguno no capte la ironía.
ResponderEliminar"Otros judíos" es un conjunto muy difuso y el "rencor" es un sentimiento muy concreto. Diría más bien que a algunos los quiero más y a otros los quiero menos, aunque todos sean mis hermanos. En toda familia hay rencillas.
Hmm, entiendo, pero lo decía por el conjunto de tus entradas.
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