
Recuerdo que aquel día en la escuela judía interrumpieron las clases y nos llevaron frente al televisor a presenciar en directo aquel apretón de manos entre Isaac Rabin e Yasser Arafat, patrocinado por Bill Clinton. En aquel entonces no fui consciente de la magnitud histórica del momento. Tendría que habérmelo figurado, la suspensión de las clases en favor de la pantalla era una acción altamente excepcional, cosa que no había ocurrido desde aquellos otros eventos irrepetibles, es decir, desde los partidos de la selección uruguaya de fútbol en el mundial de Italia '90. Hoy en día me resulta curioso pensar que me exalté más con el penal que erró Ruben Sosa contra Corea del Sur, que con la firma de los acuerdos. Y eso que ni me gusta el fútbol.
Oslo abrió una nueva era de esperanza, los otrora enemigos irreconciliables bajaban las armas y se sentaban a negociar. Pero desde entonces ocurrieron una serie de eventos claves que fueron ahogando al optimismo: el asesinato de Isaac Rabin en 1995, el comienzo de la Intifada de Al-Aqsa en el 2000, la subida al poder del Hamás en el 2006.
Desde la tarde de hoy a la tarde del martes se celebra el año nuevo del calendario hebreo, el 5769. En esta festividad se acostumbra bendecir a nuestros familiares y amigos deseándoles, entre otras cosas, un año de paz. Nos deseo a todos que en ese aspecto el año que comienza sea mejor que el se acaba, que al menos sea un año que nos de buenos motivos para renovar las esperanzas. Feliz año a todos los lectores, Shaná Tová.