Aquella tarde de jueves, estudiantes de todo el país no congregamos frente a la residencia oficial del Primer Ministro en Jerusalén, para manifestar contra las intenciones del gobierno de Ehud Ólmert de subir el precio de la cuota por los estudios universitarios. Fue una manifestación bastante tranquila y silenciosa en comparación con las manifestaciones de estudiantes allá en el Río de la Plata. Nada de bombos ni redoblantes, apenas algunos representantes gremiales con megáfono. Fue un estudiante de origen argentino, como no, quien por lo menos trajo algunos chifles para hacer algo de barullo.
El toque de color lo daban los estudiantes árabes del partido comunista Hadash flameando sus banderas rojas con la hoz y el martillo, la cara de Marx o Lenin. Molesto de que intentaran convertir una cuestión que concernía a todos los estudiantes en su propio desfile partidista, le pregunté a una de ellos que tenía que ver Lenin en este asunto. Me dio una respuesta difusa acerca de la revolución.
El lugar y el horario de la manifestación habían sido coordinados previamente con la policía, que tenía una doble tarea: evitar potenciales desordenes por parte de los manifestantes, y prevenir que algún terrorista aprovechara la aglomeración para perpetrar un atentado contra un blanco fácil. Pero claro, una manifestación contra el gobierno no se siente como tal (ni llama la atención de la prensa), si en lugar de enfrentarte a la policía la tienes allí haciéndote de babysitter. Cuando el evento llegaba a su fin, la policía formó un cordón para evitar que todos los participantes interrumpiéramos a la vez en la vía principal y perturbéramos el tránsito, permitiendo la salida por otras calles menos transitadas. Los estudiantes más entusiastas aprovecharon la oportunidad para intentar forcejear en masa contra la barrera de policías. Me acuerdo de una estudiante tan comprometida con la lucha como pasada de peso, en la primera fila, haciendo muecas de dolor al ser aplastada entre los policías y la avalancha de estudiantes que la seguía por detrás. La barrera resistió los empujes sin esfuerzo. Mientras, hacia un costado, le pedimos amablemente a los policías que abrieran una brecha para dejar pasar a un estudiante en silla de ruedas, a lo que accedieron sin demora.
La mayoría de estudiantes se esparcieron al poco tiempo, los que habían llegado de otras ciudades se marcharon. Los que quedábamos renovamos la manifestación algunas cuadras más abajo, en el medio de la calle Yaffo, a la altura de Kikar Tzion, donde empieza la peatonal Ben Yehuda, una zona rebosante de turistas extranjeros encantados con la nueva atracción. Me quedé allí cerca de una hora hasta que me tuve que ir a trabajar. En todo ese tiempo, la policía que también se había instalado en el lugar, no daba muestras de tener apuro por desalojarnos y así permitir que se renueve la circulación de vehículos. Nos tenían rodeados, de un lado la policía de a pie, del otro cuatro efectivos a caballo, y en el medio cien o doscientos estudiantes. La lustrosa y reluciente pelada de Ilan Franco (el entonces jefe de policía del distrito Jerusalén, quien comandaba el asunto en persona), parecía irradiar cautela y moderación.
Y entonces fui testigo de una visión que hasta el día de hoy me deja perplejo cada vez que la recuerdo, algunas turistas yanquis de unos 18 años turnándose para sacarse fotos acariciando a los caballos, con la cómplice indiferencia de sus jinetes. En mi mente no puede separar esa imagen de otro episodio traumático, un recuerdo de la infancia: la policía montada repartiendo garrotazos a diestra y siniestra a la salida del Estadio Centenario de Montevideo.
Cuando al otro día leí las declaraciones de los compañeros de la gorda aplastada, quejándose de la violenta represión policial me lo tomé a risa. A partir de aquella y otras manifestaciones anteriores, suelo dar poco crédito a las acusaciones de brutalidad policíaca, salvo que sea contra palestinos o árabes israelíes (los muertos por balas de goma no son chiste). No me trago las actuales quejas de los colonos, contra los policías que acompañan a los supervisores encargados de controlar que se aplique el cese de la construcción en los asentamientos, ordenado por Benjamín Netanyahu por un período de diez meses.
Imre Goth
Hace 2 años
En España, la expresión habitual es "Brutalidad policial", y el término "Policiaco" suele usarse para hacer referencia al género policíaco de literatura o cine. Así que al leer el título pensé en un juego de palabras deliberado sobre un caso de supuesta brutalidad policial que en realidad no es tal, sino un artificio de ficción. Leyendo el post me doy cuenta de que no era esa la intención, pero el título igualmente le viene como anillo al dedo desde esa interpretación, teniendo en cuenta los hechos que comentas.
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