Llegué a Israel a principios del 2003, durante la ola inmigratoria de judíos argentinos y uruguayos del 2002-2003, la que siguió a la crisis económica que dejó a Argentina en la bancarrota y arrastró consigo a Uruguay. En el Río de la Plata eran los tiempos aún marcados por el corralito bancario, la huida en helicóptero de Ferando de la Rúa y el llanto de Jorge Batlle. En Israel Ariel Sharón acababa de ser reelecto. En Irak estaba por comenzar la guerra. Se temía que Saddam Hussein reaccionara a la invasión norteamericana lanzando misiles a Israel, tal como lo había hecho hacía doce años, durante la Operación Tormenta del Desierto. Por las dudas, el ejército repartía máscaras antigas a la población, aún conservo la mía.
Mi plan era pasar los primeros cinco meses en un kibutz haciendo lo que se llama ulpán kibutz, consistía en estudiar hebreo tres días a la semana y trabajar otros tres. Llegué a la mañana al aeropuerto y después de los primeros trámites de inmigración, me subí a un transporte que fue repartiendo por los distintos puntos del país a los olim que llegamos en ese vuelo. Después de varias horas era el último pasajero, sólo entonces el chofer me hizo notar que yo no sabía la dirección a la que debía llegar, había dos kibutzim distintos con nombres casi idénticos ubicados uno al lado del otro, no tenía la menor idea cuál era el mío, el chofer se dirigió a uno de los dos al azar. Ya era de noche y llovía torrencialmente, fue una suerte encontrar a alguien al aire libre a quien preguntarle, por pura casualidad resultó que estaba en el kibutz correcto. También por casualidad, me encontré con otro olé uruguayo llegado un par de meses atrás, justo era él quien guardaba las llaves de las habitaciones para los ulpanistas. Fuimos un rato al pub del kibutz y tomamos algo. Volví al edificio que estaba casi vacío y pasé mi primera noche en aquella habitación de paredes blancas, sucias y mal decoradas.
Las clases iban a empezar una semana más tarde de lo programado, así que la primera semana sólo hicimos trámites y trabajamos. A mí y a un olé de Turquía nos enviaron a una sección que se encargaba de preparar DVDs para la distribución mediante máquinas expendedoras fabricadas por el kibutz. Nuestra principal tarea era colocar etiquetas con el código de barras correspondiente a DVDs de películas pornográficas con títulos al estilo de "Colegialas traviesas 4", "Aventura anal 17" o "Sexo en familia 22". Después de superada la sorpresa inicial resultaba algo monótono y aburrido, pero en realidad no habría sido un mal trabajo sino fuera por el mal ambiente laboral. Los kibutznikim israelíes que trabajaban allí, acostumbrados a los olim y voluntarios reemplazados con mucha frecuencia, no tenían el más mínimo interés por establecer con nosotros ningún vínculo social, ignoraban por completo cualquier intento por nuestra parte de practicar la comunicación más elemental. En una ocasión uno de los israelíes llegó a la mañana, saludó personalmente y les deseó los buenos días a todos los presentes uno por uno, menos al turco y a mí, como si fuéramos invisibles. Si hubiéramos sido chicas probablemente hubiera sido diferente, pero al parecer ni el turco ni yo eramos especialmente atractivas. La casi única persona que se comportaba con amabilidad y educación era la jefa, quizás porque ella también era inmigrante, había llegado treinta años antes desde Irán.
La comunicación con el turco no era mucho menos complicada. Yo llegué sabiendo suficiente hebreo como para mantener conversaciones sencillas, pero él sólo sabía palabras aisladas. Él también conocía algunas palabras en español gracias a que sabía algo de ladino, pero no lograba formar oraciones completas y coherentes. Su inglés tampoco era la gran cosa y yo no hablaba nada de turco. Tenía la costumbre de repetir decenas de veces seguidas en voz alta cada palabra nueva que aprendía en hebreo o en español. Sus esfuerzos por aprender ambos idiomas en paralelo eran admirables, pero escuchar sus repeticiones durante horas me daba ganas de lanzarle cajas de DVD por la cabeza. Más adelante le tomé cariño, pero al principio no podía soportarlo.
Para colmo, hasta el clima parecía estar en mi contra. La lluvia es una bendición escaza en esta tierra, pero aquel invierno fue particularmente lluvioso. Si mi memoria no me engaña, el cielo estuvo teñido de gris toda la semana. Entre el cielo gris, las paredes blancas y las personas opacas, me sentía más solo que Adán antes de Eva. Pero de a poco fueron llegando los demás ulpanistas, en su mayoría hispanoparlantes, luego empezaron las clases y cambié de trabajo. A pesar de las dificultades de los primeros días y algunos tropiezos posteriores, hoy miro con nostalgia hacia a esos primeros cinco meses y en conjunto los recuerdo como una época feliz.
Imre Goth
Hace 2 años
Interesante historia. Me acuerdo que cuando en mi familia se empezó a plantear en serio el tema de irnos de Argentina, Israel era una de las opciones (creo que llegué a ir un mes a aprender hebreo, pero no me acuerdo de nada). Claro que nosotros nos fuimos en familia, y mi vieja veía un poco peligroso ir a Israel, sobre todo porque mi hermano y yo habríamos tenido que hacer el servicio militar. Por cierto, si tenés tiempo hacé un post contando cómo es ese tema, cuánto dura, si lo hacen también las mujeres, etc. Creo que también es una cuestión interesante.
ResponderEliminarCuando egrese de la facultad de leyes me traslade de Valparaiso a Santiago por un anuncio de trabajo dentro de un Club Israeli chileno de lalocalidad.
ResponderEliminarMe recibió un joven no-judio de nombre Esvetlan que me mostró mi "oficina", me dio la bienvenida, se despidio de mi, me deseo buena suerte y jamas lo volví a ver.
La oficina era un cuarto alfombrado pequeño situado al otro extremo del edificio principal, lejos del lobby de recpecion, de los administrativos y de los socios, con un escritorio, una silla de oficina, una computadora, impresora y una ventana que daba a la calle, no al club.
Quede a cargo de "myriam" quien me pregunto que si no tenía sacos y corbatas, le dije que no a lo que me respondió que no debía presentarme así, me dio una suma de dinero y me advirtió que a aprtir del día siguiente debía ir mas formal, me quede espernado otra indicación y solamente me dijo " bueno, pues mañana regresara las 10 en punto de la mañana".
Al día sigueinte saludé a todos pero nadie me conestó, "myriam" se levanto ràpido, me llevó a hasta la oficina y me pidio que me dirijiera a ella y somamente a ella, y que no debía deambular en ninguna otra parte del edificio.
Mi trabajo era analizar redactar y revisar los contratos de adquisiciones, prestamos y demas relaciones contractuales del club, conocí mil nombres de personas que jamas llegue a conocer en persona y que estaban en el mismo edificio que yo, solamente los oía, se saludaban entre ellos pero a mi nadie me saludaba.
si preguntaba algo todos solamente me decían "ya lepreguntaste a Myriam, para eso está".
Me sentía solo y poco valorado, el sueldo apenas me alcanzabba para pagar un alquiler barato en la azotea de una casa con una anciana que los días 13 de cada mes tocaba a mi puerta, se apellidaba Goldberg y no hacía relación de ningun tipo conmigo que no fueran advertencias respecto a llevar a alguien mas, se me olvidaron las ganas de tener polola y ahogué mi animo en lecturas clasicas de sartre y herman hess hasta casi odiarlos.
En el club se reunian los viernes en la noche, una vez que me quede hasta tarde por sacar un proyecto urgente y cuando sali habia solo hombres en la habitación, uno de ellos con una especie de bufanda blanca y rezando, uno me vio y con la mano me sañaló que saliera, al otro día fui severamente reprendido por no avisar que me quedaría hasta tarde a trabajar, cuando pregunte que a que hora debía avisar en estos casos me dijeron "no puedes, aqui no no te puedes quedar hasta tarde".
ResponderEliminarMe sentí molesto, en realidad parecia que no habia necesidad de tenerme alli pero no podia darme el lujo de renunciar.
Unas semanas despues llegaron dos hombres de Argentina, dos adultos mayores vestidos de negro con barba cerrada y unos sombreros de ala corta que solo dejaban ver unos rizos por la patilla desde las sienes, pasaron junto a mi y los salude, ninguno me contesto, me habría sentido mal pero en cierto modo esperaba eso.
Sentí rencor, infelicidad y un poco de ira, me encontraba en mi propio pais pero en esa zona parecia ser lo que RBT612 describe como un olé.
Una vez unos conocidos de la zona y yo nos quedamos en la calle esperando a otro que no sala de trabajar, eran las 10 de la noche, en la casa contigua vi como se abrio ligeramente una ventana, y se volvio a cerrar, cinco minutos despues llegó la seguridad privada a pedirnos identificaciones y explicaciones y 15 minutos despues habia una patrulla poniendonos contra la pared, moria de rabia.
Unas semanas despues el hijo de un socio se graduo, lo se porque la celebración fue en el club y yo lo vi, siguiente miercoles se me informó que ya no trabajaría allí a partir del sigueinte lunes,se me entregó un cheque y un recibo, se me pago justamente lo que por ley me correspondia menos el dinero de las corbatas y el saco, y de la nochea la mañana me encontraba sin empleo, con una casera judía que amenazó con demandarme.
Conseguí dinero prestado, pague lo que debía y gracias a Hashem conseguí empleo unas semanas despues en un banco en las inmediaciones de la zona, revisando contratos y preseleccionando creditos y calificando solicitudes.
Con el tiempo llegaron a la sucursal socios y administrativos que yo había conocido,esta vez si me saludaban pero ninguno se acordaba de mi, a pesar de haberme tenido tan cerca por casi seis meses, era delicioso mirar a algunos de ellos pedir prorrogas, solicitar revisiones documentales e indignarse por cobros y comisiones.
Despotrique por un tiempo estudie mucho acerca del pueblo judìo en mi paìs, de la historia de Israel, de la diaspora, y maldije con tristeza tantas cosas hasta que un buen amigo que aún al día de hoy no conozco en persona me dijo que no podía juzgar a trece millones de personas por como me habia tratado el barbero y el panadero.
Desistí de totnterias y con el timepo un amable joven judio de buenos modales me pregunto si era yo el mismo que alguna vez vio en el club, platicamos un rato y me explicó muchisimas cosas que no sabía.
Desde luego que nadie de su gente se le acerca cuando esta charlando conmigo, pero su amabilidad me hizo recordar un pasaje biblico de Elot o Eliot saliendo de sodoma y gomorra donde pregunta a un angel si por la fe de diez moradores D´s salvaría al resto de ellos, y el respondió que si.
Lamento el exceso de espacio, soy el no-judio no-invitado, que todavía lee lo que antes no leía.
ResponderEliminarSaludos cordiales a todos
En realidad, no existe el olé jadash que no sufre en sus primeros meses... A todo el mundo le cuesta adaptarse al nuevo país, nuevo idioma, nueva educación, nuevos modales, etc. Por surte, gracias a los programas de ayuda del gobierno de Israel, la adapatación se hace muchísimo más fácil.
ResponderEliminarTodos los olim tienen anécdotas curiosas sobre su llegada a Israel.
Muy interesante tu relato, me gustó mucho.
Alan: del ejército por ahora no tengo ganas de escribir, entre otros motivos porque no puedo resumirlo como una "época feliz". Pero te diré brevemente que los hombres hacen tres años y las mujeres dos. Los inmigrantes pueden hacer menos o no hacer, dependiendo de a qué edad lleguen, los márgenes van variando cada algunos años. Sobre el rol del ejército en la sociedad, me remito al post de Ariel, tristemente acertado: http://accionporisrael.blogspot.com/2008/09/israel-un-ejrcito-de-ciudadanos.html
ResponderEliminarNabucondonosor: tu historia es realmente indignante. Pero sigo sosteniendo de que no está bien juzgarnos a todos por una experiencia como esa. En Uruguay, conocí varios no judíos que trabajaban en instituciones judías y nunca escuché de nadie que recibiera un trato así. Quizás la comunidad chilena sea más cerrada (si es así, me pregunto por qué), o eso sea cosa específica del club ese. En cuanto a las medidas de seguridad, tu enojo es justo y natural, pero de nuevo, algo parecido le podía haber pasado a otro en la embajada de Francia, lamentablemente el miedo a los ataques, aunque parezca cosa de paranoicos, está justificado.
Ariel, una curiosidad más: la idea de escribir este post se me ocurrió tras charlar con cierta conocida que tenemos en común, que me contó de un trabajo suyo colocando etiquetas.
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