En respuesta a las cintas naranjas aparecieron las cintas azules. Pero con las azules el mensaje ya no era tan claro. Algunos las llevaban como señal de apoyo a la itnatkut (desconexión), otros para clamar que el pueblo se mantuviera unido, sin desembocar en la violencia interna como consecuencia de la gran tensión social suscitada por el plan. Incluso se podían ver personas que llevaban al mismo tiempo la cinta naranja y la azul: en contra de la itnatkut y a favor de mantener la unidad.
En estos días las cintas de colores han vuelto a inundar las calles, esta vez amarillas: en exigencia al gobierno para que llegue a un acuerdo de intercambio de prisioneros con Hamas y obtenga la liberación de Guilad Shalit, soldado israelí abducido a Gaza por Hamas hace cuatro años. La respuesta no se hizo esperar, quienes se oponen a la liberación de cientos de terroristas encarcelados en Israel a cambio de Shalit, lucen cintas rojas. Yo personalmente, que suelo tomar partido en todo, no me acabo de decidir. El dilema sigue siendo el mismo. Quien mejor lo ha expresado ha sido Amona Alón (escritora religiosa muy de derechas con la que no suelo coincidir en nada): el corazón está a favor y la cabeza en contra.

Es difícil explicar a alguien que lo ve desde afuera con qué intensidad vive la sociedad israelí el asunto de Guilad Shalit, la fuerte identificación emocional con su familia. A finales del 2009 parecía que Israel y Hamás estaban a punto de concretar un acuerdo, Israel liberaría a casi todos los casi mil presos que exigía Hamás, y los presos más pesados - responsables cada uno por la muerte de decenas de israelíes - en lugar de volver a Cisjordania serían exiliados a Gaza o al exterior. Por entonces me fui unos días de paseo a Barcelona, le comentaba a Alan que durante esas vacaciones me había impuesto no leer la prensa israelí, me hacía falta un poco de escapismo y no quería escuchar nada que tenga que ver con el conflicto, a menos que sea para enterarme de que liberaron a Shalit. Pero las negociaciones volvieron a fracasar y siguen estancadas desde entonces.
Después del desastre del abordaje al Marmara, Israel se ha visto obligado a levantar casi por completo el bloqueo a Gaza. Ya no se puede aplicar el bloqueo como método de presión, amenazando a Hamás de mantenerlo hasta que liberen a Shalit. Lo único que le queda a la familia es la presión popular al gobierno de Netanyahu. Netanyahu se ha gestado una imagen de gobernante indeciso y fácil de presionar, tanto desde el exterior como desde el interior. La imagen ya la arrastraba de su mandato anterior, pero la viene reforzando con una larga serie de decisiones forzadas, desde la cancelación del impuesto a las verduras hasta la cancelación del bloqueo a Gaza.
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