Tal vez el lector conozca el estereotipo de la idishe mame o la ima polaniá, es decir, la madre judía ashkenazí sobreprotectora sobre la que corren tantos chistes. Puedo confirmar por experiencia propia que los chistes no son exagerados. Y en la a veces amenazante realidad israelí, a la ima polaniá no le faltan oportunidades para provocar situaciones muy jocosas, como la anécdota (¿real o inventada?) de la madre que llama por teléfono al comandante de su hijo en la unidad de combate a ordenarle que cuide bien al nene. Se ve que Ben Gurión sabía con quién estaba tratando cuando pronunció su famosa frase: "sepa toda madre hebrea que dejó a sus hijos en manos de los comandantes más aptos" (תדע כל אם עברייה שמסרה את גורל בנייה לידי המפקדים הראוים לכך).
Imagínense el estado de pánico en que puede entrar una de estas señoras cuando ocurre un atentado terrorista en la ciudad en que se encuentra su hijo, y no puede ubicar al nene porque todas las madres (idishes o no) llaman por celular al mismo tiempo y colapsa la red. Recuerdo hace unos años cuando mis padres vivían en Beer-Sheva, fui a visitarlos el día del atentado en el ómnibus de la línea 12. Cuando mi madre logró ubicarme le recordé: "mamá yo me tomo el 3 o el 9, mirá que no se suman". Años más tarde estaba en lo de mis padres en Áshkelon, cuando sonó la sirena que avisa la caída en los próximos 30 segundos de un misil Grad. Mi madre entró a mi cuarto que hacía de refugio, cerró la cortina de hierro y apagó la luz. "¿Mamá para qué apagás la luz, para que el misil no nos vea?" Después de pasado el susto nos reímos un buen rato. Menos mal que mi vieja no sabía que el lugar del atentado de anteayer en Jerusalén es a diez metros de donde me tomo el ómnibus para ir a trabajar por las mañanas. El hecho de que la explosión - que dejó un muerto y 31 heridos - ocurriera a las tres de la tarde no la hubiera calmado.
Queda una sensación muy rara cuando perpetran un atentado en un lugar que es parte de tu vida cotidiana. Te asaltan las inevitables preguntas de "que hubiera sido si", si el terrorista dejaba los explosivos diez metros más lejos en mi parada, si los dejaba unas horas más temprano o si yo salía más tarde ese día. Nimiedades sin importancia sobre el lugar te quedan grabadas: el diminuto quiosco de al lado llamado "Quiosco explosión" (פיצוץ של קיוסק), donde unos días antes compré un sandwich de salame y una bolsita de leche achocolatada (sí, sí, ya sé que mezclado no es kosher), la vendedora amable y honesta a quien le pedí pilas para mi cámara de fotos y me advirtió que no le comprara a ella porque las que vendía no me servían. A la mañana siguiente pasé por allí y no había ningún indicio de lo ocurrido menos de 24 horas antes, la parada de ómnibus y el quiosko funcionaban normalmente como si nada. La vida sigue.
Espero que no vuelva la época de los atentados con bomba en Jerusalén, ni la de los bombardeos constantes al sur de Israel (parece que ya está volviendo), ni la de la operación militar a gran escala en Gaza (que no va a tardar en volver si continúan los bombardeos). Estamos podridos de tanta estúpida violencia. No tengo palabras para expresar mi más profundo desprecio por el Hamas y la Yihad Islámica que renovaron el cícrulo vicioso después de dos años de relativa calma. Parece que son los únicos que van quedando en el mundo árabe, capaces de evitar que su pueblo se les subleve canalizando el odio y el fuego hacia Israel.
Imre Goth
Hace 2 años
No hay comentarios:
Publicar un comentario