jueves, 11 de febrero de 2010

De acentos y de afectos

Las personas con las que aquí suelo hablar en español viven en Israel desde hace años y dominan el hebreo, así que naturalmente hablamos mezclado, la mayor parte del vocabulario en español con más o menos un 5 a 10% de hebreo (depende con quién). Cuando hablo en español con alguien que no sabe hebreo, tengo que realizar un pequeño esfuerzo para que no se me escapen esas palabras hebreas que ya me son tan naturales. Pasa lo mismo con todos los inmigrantes, quién no ha escuchado en el ómnibus una conversación en ruso o algún otro idioma ignorado, suena como un mar de verborragia ininteligible, no se entiende ni una sola palabra hasta que asoman como islas "tajana merkazit" (estación central), "ulai" (tal vez), "ma pitom" (cómo así), la muletilla "keilu" y el intraducible e imprescindible "stam". En otra época también era frecuente el "jefetz jashud" (objeto sospechoso), pero felizmente hace tiempo que la amenaza de los atentados con explosivos ya no es tan cotidiana.

No sólo absorvemos nuevas palabras, sino también nuevos acentos. No se me ha pegado el chistoso acento israelí al pronunciar mi lengua madre, pero sí el de mis amigos hispanoparlantes de otras regiones, concretamente de la República Argentina, la ciudad de Buenos Aires para más detalles. Cuando estuve en Uruguay mis amigos me tomaban el pelo merecidamente diciéndome que hablaba como porteño. Qué bochorno.

Me causa un nostálgico y agridulce placer escuchar el español hablado por uruguayos cuyo acento y cuyos modismos no hayan sido "contaminados" con los de otras partes, mejor todavía si no saben ni una sola palabra de hebreo. Es como escuchar cantar a Jaime Ross o al Negro Rada. Ya ni me hace falta que canten, cuando te alejas lo suficiente aprendes a disfrutar la melodía del hablar más simple.




Ahora estoy también en twitter. Como decía el Chapulín, síganme los buenos.

5 comentarios:

  1. Lo de pegarse el acento es muy común, pero si se tiene el misma lengua materna.

    Y lo curioso es que a veces no necesitan mucho tiempo, con unos meses puede bastar... eso sí cuando vuelven a su tierra en menos tiempo lo recuperan (seguramente por las risas que se echan sus amigos de allí)... XD.

    ResponderEliminar
  2. Cierto. Yo no te noté mucha diferencia con el acento porteño cuando estuviste por acá. Como te comenté, acá siempre mezclamos los idiomas. En mi casa, por ejemplo, aunque hablemos castellano con acento argentino siempre cae algún término catalán, y hace años que siempre nos despedimos diciendo "adéu".

    ResponderEliminar
  3. Alan, eso puede ser también porque aún sin el "contagio", el acento porteño y el montevideano no son tan distintos, salvo entre aquellos que tengan uno u otro muy marcado. Hoy en día no estoy tan rodeado de argentinos y no se me pega tanto, aunque en parte sí.

    Se me olvido cuál era la palabra en catalán que habías adoptado porque era más corta y cómoda que la expresión en castellano.

    ResponderEliminar
  4. Digo "no cal" en lugar de "no hace falta". Es el verbo "caldre", que significa "hacer falta". Además uso el verbo "atabalarse" que directamente no tiene traducción. Es una mezcla de bloquearse, ponerse nervioso, apurarse, atolondrarse... Depende del contexto.

    ResponderEliminar
  5. Alan: Creo que un equivalente es "abatatarse", usado en Chile y Argentina (según el DRAE también en Uruguay y varios países más). Otro chilenismo para eso es "tupirse" o, simplemente, "ahuevonarse" :).

    Es cierto que oír el acento de la familia y la tierra puede darte mucha alegría y nostalgia cuando estás lejos. Una noche iba por la calle en Valdivia y una mujer desconocida me saludó tratándome de "ustedes" ("¿Cómo están, caballero?") a la manera de mi tierra y se fue sin decir más, fue como estar de vuelta en casa por 5 segundos.

    Saludos.

    ResponderEliminar